24 septiembre 2011

Evangelio del día, 24 septiembre




Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 43b-45
Mientras todos se admiraban por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: «Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres».
Pero ellos no entendían estas palabras: su sentido les resultaba oscuro, de manera que no podían comprenderlas, y temían interrogar a Jesús acerca de esto.
Compartiendo la Palabra
Por Dominicos.org

" Alégrate y goza, Hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti”.
La exclamación de Zacarías que hoy encontramos en la primera lectura, es un grito de gozo ante la inminente presencia de Dios en Jerusalén. Es también una de las frases más repetidas en la liturgia de Adviento, preparando el nacimiento de Dios hecho hombre, referida a María y a la Iglesia.
En el contexto del tiempo ordinario que estamos celebrando, nos recuerda que somos templos de Dios. Que cada día, en la Eucaristía recibimos al mejor huésped que podríamos esperar, y no se queda a la puerta, sino que entra hasta el fondo para renovarnos desde nuestro interior. No es algo superficial, sino que “vengo a habitar dentro de ti”. Nunca seremos lo suficientemente conscientes de la grandeza de este don. Y nunca tendremos tiempo suficiente en la eternidad para agradecerlo.
“Al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres.”
En el evangelio de hoy, apenas dos versículos, encontramos varios contrastes en la reacción de las distintas personas que aparecen:
La primera, “admiración general”. Jesús no es una persona cualquiera, es capaz de hacer milagros, y la gente que le seguía –incluidos sus discípulos- están admirados de su poder.
Pero en ese preciso momento, Jesús pone las cosas en su lugar ante los discípulos. Trata de enseñarles, una vez más, que su misión mesiánica no pasa por la gloria humana, sino por la pasión, muerte y resurrección. Su verdadera gloria vendrá por su abajamiento y la entrega en manos de los hombres. Rebajado hasta la muerte, y muerte de cruz. No son los signos milagrosos los que salvan, sino la Cruz.
Ante estas misteriosas palabras, los discípulos pasan de la admiración al temor. Es un anuncio tan increíble a sus oídos que “no entendían, les resultaba oscuro, temían preguntar”. Pensarían, quizá, que era una nueva parábola de Jesús con un significado oculto, para tratar de suavizar su dureza. Pero no.
También hoy el presentar la Cruz es un motivo de temor y de escándalo. Dos mil años después aún no terminamos de entender que el sufrimiento, unido a la Cruz de Cristo, es redentor. En la vida humana no podemos pensar que no habrá dolor. Tarde o temprano llegará la enfermedad, la ancianidad, cuando no la incomprensión, difamación o persecución. Lo importante será siempre vivirlo unido a la Pasión de Cristo, para que nuestra cruz Él la convierta en cruz gloriosa como la suya.
MM. Dominicas Monasterio Ntra. Sra. de la Piedad
Palencia