18 septiembre 2016

Homilía Domingo XXV de Tiempo Ordinario

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1. Palabra
La gratuidad es la fuente del corazón. Pero la justicia es la verdad del amor. Lo cual se traduce, prácticamente, en la opción cristiana ante el dinero y en la solidaridad económica con los necesitados.
Amós (primera lectura) es tajante. Dios reivindica el derecho de sus pobres. La fidelidad al Señor es inseparable de la justicia social.
El salmo responsorial celebra, en oración, al Dios de Israel, cuyo rasgo esencial es la misericordia.
Jesús emplaza al discípulo ante una de las decisiones claves en el Reino: o Dios o el dinero (Evangelio).

2. Vida
¿Es que Jesús propugna el pauperismo como modelo práctico de su movimiento? A primera vista, así parece, porque no tiene ninguna consideración con los bienes materiales, diciendo que no merecen la pena y que lo mejor que puede hacerse es repartirlos. ¿Por qué tabuíza el dinero, oponiéndolo radicalmente a Dios? ¿Es un fundamentalista, acaso?
No. Jesús no está haciendo un discurso de principios, sino un discernimiento práctico. ¿Y quién puede negar que tiene razón?
— ¿Quién pone más seguridad en Dios que en el dinero?
— ¿Quién puede negar que, mientras haya pobres, la riqueza es injusta, porque se hace quitando a unos para que otros tengan más? Y pobres, por desgracia, habrá siempre, porque la codicia está en el corazón del hombre.
— ¿Quién puede decir que prefiere remediar la necesidad ajena a guardar dinero en el banco?
Cómo ha de realizarse la justicia social, Jesús nos lo deja a nuestra razón práctica y a nuestra sensibilidad ética. Pero está claro que la opción por Dios, riqueza y libertad del hombre, no puede aplazarse. Lo cual, indefectiblemente, cambia la jerarquía de valores e introduce una dinámica efectiva de desprendimiento y solidaridad.
No necesitamos pensar globalmente para que esta opción sea práctica. Te basta pensar en tu ámbito familiar y laboral.
Javier Garrido

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