23 abril 2017

Aquel que tuvo compasión

Hacer el bien y hacerlo bien es un acertado lema para una vida y que, además, cuenta con el aplauso de la moral o de la ética. De Jesús dice San Pedro que pasó por el mundo haciendo el bien. En el fondo la vida es una lucha entre el bien y el mal. Lo deseable es que haya armonía, que funcione bien cada parte del mundo. Con alguna frecuencia nos preguntamos si la humanidad está bien organizada, si su gente es feliz. Para un sector de la población, desde el punto de vista material, nuestra sociedad funciona perfectamente. Y enumeran una serie de datos que avalan su punto de vista. Basta, (dicen), dar un breve repaso a lo que seguimos llamando primer mundo. La ciencia, la técnica, los avances genéticos, los descubrimientos de fármacos, todos los inventos y forma de vida aseguran un estilo cómodo de vida. Un estilo deseado por la mayoría de las personas.

Frente a esta realidad del bienestar surge otra: la del tercer mundo, a quienes les llegan solo las migajas. Migajas de una sociedad provocativamente desigual. Se puede probar comparando los cayucos o barcazas a las que recurren emigrantes para entrar en Europa, con los yates que fondean en los lugares más turísticos. Una pregunta no inocente es en qué lado nos movemos.
Bajo otro punto de vista las lecturas bíblicas de hoy nos facilitan ampliar esta reflexión. En efecto, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos describe una comunidad cristiana exultante, creciente, rebosando de esperanza y solidaridad.Comenta el libro que “todo el mundo estaba impresionado por los prodigios y signo que hacían los primeros cristianos”: “eran constantes en escuchar las enseñanzas de los apóstoles, en la vida en común, en la eucaristía o fracción del pan y en la oración. Los bienes se repartían entre todos según las necesidades de cada uno”. Dibuja una comunidad más próxima a lo ideal que a lo real.
El evangelio nos habla de otra comunidad compuesta por los seguidores más próximos de Jesús. Una comunidad diferente a la anterior, pues estaba en crisis;(con las puertas cerradas por miedo a los judíos), atemorizada, alicaída. ¿Motivo? Les faltaba fe en que Cristo había resucitado. Por eso apuntan bien quienes afirman que la renovación de la Iglesia se producirá cuando Jesús se instale en el centro del vivir de los cristianos.
Dos anotaciones. Al hablar el evangelio de la comunidad apostólica, Santo Tomás se convierte en protagonista. Éste se resistía a creer en la resurrección del Señor, a pesar de que sus compañeros se lo aseguraban. Su respuesta fue contundente: “si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. Ocho días más tarde se apareció Jesús de nuevo. Se dirigió a Tomás y le dijo: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente “. Tomás contestó: “¡ Señor mío y Dios mío!”.
Difícil que brote una reacción más breve y más emotiva. No sé si Santo Tomás representa al hombre moderno, en cuanto que le cuesta creer y exige pruebas, lo que sí se manifiesta como un bravucón, pero en el fondo un sentimental que pedía mucho a Jesús cuando él,.- ellos- los apóstoles- habían sido cobardes durante la Pasión pocos días antes.
Un dato significativo. Tomás conoció a Jesús a través de las heridas, del sufrimiento, de las cicatrices. Ciertamente es así. Difícilmente llegaremos a Jesús si en nosotros no hay un acercamiento al débil.
Definitivo el comentario que hace Jesús después de exponer la parábola del buen samaritano, modelo de persona, de cristiano y de ciudadano¿Quién de los tres: el sacerdote, el levita o el viajante se comportó ejemplarmente? La respuesta de Jesús fue: El tercero. “Aquél que tuvo compasión”. Pascua invita a que haya más soles que sombras en este mundo y a que dejemos este “planeta mejor que lo que le encontramos”.
Josetxu Canibe

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