El gozo es un infalible indicio de la presencia de Dios, de igual
manera que la cruz es un infalible indicio del discipulado cristiano.
¡Qué paradoja! Y Jesús tiene la culpa.
Cuando ojeamos los Evangelios vemos que Jesús sobresaltó a sus contemporáneos de maneras aparentemente opuestas. Por una parte, vieron en él una capacidad de renunciar a las cosas de este mundo y entregar su vida en amor y auto-sacrificio de un modo que les parecía casi inhumano y no algo que a una persona normal y pletórica se le debería esperar que hiciera. Además, los desafió a hacer lo mismo: ¡Tomad vuestra cruz cada día! Si guardáis vuestra vida, la perderéis; pero si entregáis vuestra vida, la ganaréis.
Cuando ojeamos los Evangelios vemos que Jesús sobresaltó a sus contemporáneos de maneras aparentemente opuestas. Por una parte, vieron en él una capacidad de renunciar a las cosas de este mundo y entregar su vida en amor y auto-sacrificio de un modo que les parecía casi inhumano y no algo que a una persona normal y pletórica se le debería esperar que hiciera. Además, los desafió a hacer lo mismo: ¡Tomad vuestra cruz cada día! Si guardáis vuestra vida, la perderéis; pero si entregáis vuestra vida, la ganaréis.
Por otra parte, quizás más sorprendentemente ya que tendemos a
identificar la religión sincera con el auto-sacrificio, Jesús desafió a
sus contemporáneos a gozar más plenamente de sus vidas, su salud, su
juventud, sus relaciones, sus comidas, su consumo de vino y todos los
placeres normales y profundos de la vida. De hecho, los escandalizó con
su propia capacidad para gozar del placer.
Vemos, por ejemplo, en los Evangeliosun famoso incidente de una mujer
que unge los pies de Jesús en un banquete. Todos los cuatro pasajes del
Evangelio que relatan esto ponen de relieve cierto carácter severo al
suceso que altera cualquier fácil formalidad religiosa. La mujer rompe
sobre sus pies un costoso frasco de perfume muy valioso, deja que el
aroma inunde toda la estancia, permite que sus lágrimas caigan sobre sus
pies y luego los seca con su cabello. Todo ese derroche, lujo,
insinuación de sexualidad y crudo afecto humano perturba
comprensiblemente a casi todos los que se hallan en la estancia, menos a
Jesús. Él está bebiendo, sin pedir disculpa, sin incomodarse, sin
ninguna culpa ni neurosis: Dejadla -dice- acaba de ungirme para mi inminente muerte. En esencia, Jesús está diciendo: Cuando
yo venga a morir, estaré más preparado, porque esta noche, al recibir
este costoso detalle, estoy verdaderamente vivo y, en consecuencia, más
preparado para morir.
En esencia, esta es la lección para nosotros: No os sintáis culpables
por gozar de los placeres de esta vida. La mejor manera de agradecer al
que te hace un regalo es gozar enteramente del regalo. No estamos
puestos en esta tierra básicamente como una prueba, para renunciar a las
cosas buenas de la creación de modo que ganemos el gozo en la vida
futura. Como cualquier cariñoso padre, Dios quiere que sus hijos
prosperen en sus vidas, hagan los sacrificios necesarios para ser
responsables y altruistas, pero no que vean esos mismos sacrificios como
la verdadera razón de darles la vida.
Jesús destaca esto más cuando le preguntan por qué sus discípulos no
ayunan, mientras que los discípulos de Juan Bautista sí lo hacen. Su
respuesta: ¿Por qué deberían ayunar? El novio aún está con ellos. Algún día, al novio se lo llevarán y tendrán abundante tiempo para ayunar.
Su consejo aquí habla de doble modo: Más obviamente, el novio se
refiere a su propia presencia física aquí en la tierra que, en un
momento, acabará. Pero esto tiene también un segundo significado: El
novio se refiere al periodo de salud, juventud, gozo, amistad y amor de
nuestras vidas. Necesitamos gozar de esas cosas porque, todo demasiado
pronto, los accidentes, la salud malograda, las épocas de fría soledad y
la muerte nos privarán de ellos. No podemos permitir que la inevitable
situación de los momentos de fría soledad, debilitamiento, salud
enfermiza y muerte nos priven de gozar plenamente de los legítimos gozos
que ofrece la vida.
Este desafío -creo yo- no ha sido suficientemente predicado desde los
púlpitos de nuestras iglesias ni tenido un lugar propio en nuestra
espiritualidad. ¿Cuándo ha sido la última vez que habéis oído una
homilía o sermón que os desafíe, sobre la base de los Evangelios, a
gozar más de vuestra vida? ¿Cuándo habéis oído la última vez a un
predicador que pregunte, en nombre de Jesús: ¿Estáis gozando
suficientemente de vuestra salud, vuestra juventud, vuestra vida,
vuestras comidas, vuestros sorbos de vino?
Se da por hecho que este desafío, que parece ir contra la índole
espiritual convencional, puede sonar como una invitación al hedonismo,
placeres estúpidos, excesivo confort personal y una flojedad espiritual
que puede ser la antítesis del mensaje cristiano en cuyo centro descansa
la cruz y la auto-renunciación. Se admite que existe ese riesgo, pero
el peligro opuesto amenaza, a saber, una vida amarga, insanamente
estoica. Si el desafío a gozar de la vida se hace equivocadamente, sin
el necesario ascetismo y auto-renunciación que acompañen, conlleva esos
peligros; pero, como vemos en la vida de Jesús, la auto-renunciación y
la capacidad de gozar intensamente del don de la vida, del amor y de la
creación están integralmente conectados. Dependen unos de otros.
El exceso y el hedonismo son, al fin, un mal sustituto funcional del
genuino disfrute. El genuino disfrute, como Jesús enseñó y encarnó, está
integralmente ligado a la renunciación y auto-sacrificio.
Y así, eso es sólo cuando podemos entregar nuestras vidas en
auto-renunciación como podemos gozar intensamente de los placeres de
esta vida, de igual manera que es sólo cuando podemos gozar genuinamente
de los legítimos placeres de esta vida como podemos entregar nuestras
vidas en auto-sacrificio.
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